Hoy tengo ansias de la vida perdida con los vestidos de colores que intercambiaron por libras de arroz. Recuerdo cuando la única obligación frente a mis manos era no dejar ocultos, tras los cuadernos de mi hermano, los brebajes que fabricaba con los medicamentos del consultorio de mi madre.
En esos días de lluvias constantes y destructoras medía menos de un metro; miraba las noticias sin entender palabra alguna, con la idea fija de entre el discurrir de desgracias que balbuceaba la reportara musitara, con su sensual boca, la suspensión de las clases al día siguiente (no siempre mi sueño se volvía realidad).
Tenia miedo de ser olvidada, miedo de que el ogro volviera y empezara el llanto, miedo a los payasos, pesadillas con bicicletas gigantes.
Añoro los rompe muelas pintados con franjas rojas y blancas; añoro las manzanas acarameladas, rojas como mis sueños que me encantaba contemplar, esas que jamás me permitieron comer.
Recuerdo haberle pedido a mi hermano que me abrazara, haberme escondido tras marcadores, crayones y libros para pintar a Pocahontas.