Presentando para ustedes; por primera y única vez (porque algo como esto no pienso repetirlo NUNCA) Una Noche desesperada con Estefanía León. (Aplausos)
La semana pasada estaba en una crisis depresiva extrema, tenía como mil proyectos de la universidad encima, estaba fastidiada y sin ideas. Me sentía como esas mujeres que están a punto de dar luz pero al “Angelito” se le ha antojado retrasarse, o enredarse con el cordón Umbilical. Así que harta de todo me encerré en mi cuarto, me arrope con el edredón hasta la cabeza y me eché a llorar como una magdalena. Mi mamá entro a las dos horas, y mientras me sobaba la cabeza decía: —Duerme una hora y luego te llamo para trabajar juntas en tu monologo.— Y mientras yo era un mar de llanto, con el edredón casi hasta los ojos le respondí: —Es que yo no soy cómica… ¡Y TÚ TAMPOCO!— Ella intentó consolarme —Pero tranquila, algo se nos ha de ocurrir.—
No me sentía mejor, pero ya no actuaba como loca desesperada, me hacía falta agua para poder continuar llorando y un descanso para intentar pensar con lucidez; encontré como alternativa para ahogar las penas comer papilla de arroz instantánea. Y entre cucharada y cucharada me preguntaba que cosas divertidas había hecho en mi vida.
¿Por qué siempre ocurre lo mismo, cuando estas bajo presión y necesitas buenas ideas deja tu cerebro de procesar, tus amigos se van de viaje a Montañita, tus amigas se consiguen novio, y tus experiencias solo han sido una sucesión de actos ridículos con intervalos de música en francés?
Me senté con el perro, porque era el único que me aguantaba mi estado anímico: (silbido), Negro, ven, buen chico; y me puse a cantar aquella musiquilla infantil que me tranquiliza: Yo tenía diez perritos, (sonido de escopeta), 9 perritos, (sonido de escopeta), 8 perritos… Negro, ¿NEGRO? ¿A DÓNDE VAS? Mi perro había corrido en dirección contraria a mí como aludido por mi canción. Me sentí miserable, ya ni el perro quería acompañarme.
Sentía que la vida era una completa burla, no quería que nadie me hablara, ni siquiera que me miraran, pero para mi mala suerte junto a mi estaba sentado mi actual intento de novio, quien se dedicaba a contemplar mi belleza (¿¡!?) o quizá miraba los últimos barros que me habían salido gracias al estrés. En fin. Me harté de su cara de tonto con mariposas en el estómago por lo que le grité: —¡SI SIGUES MIRÁNDOME JURO QUE TE VOY A ESCUPIR UN OJO!— ÉL volteo la cara. Al yo fin tenía un problema menos.
Soy de esas personas peculiares a las que cuando están de mal humor les empieza a salir sarpullido, pero no el salpullido normal, sino el que viene en tamaño mega familiar, extra, EXTRA LARGE. Ese que se lo encuentra únicamente en lugares donde venden ropa talla plus. Tenía el cuerpo lleno de ronchas de todos los tamaños y formas posibles: había una en forma de payaso, otra con forma de perro levantando la pata; pero, quizá, la más preocupante era una con forma de la cara del presidente Correa, eso demostraba que mi situación anímica ya era un estado crítico e insoportable. Cada vez que alguien me tocaba la comezón aumentaba. Harta de que en casa se me acercaran tanto me coloque un letrero en el pecho que decía: “PARA COMUNICARSE NO ES NECESARIO TOCAR.” Desde ese momento en adelante en casa compraron una pistola de balines para cada uno y cuando querían que les prestara atención la cargaban y me echaban un disparo encima. Le pregunté a mi madre porque hacían tal cosa a lo que ella respondió: —si te vuelves demasiado antisocial al menos estaremos lejos cuando pretendas morder al pobre incauto que se te acerque demasiado.— ¡Sí! me había convertido en la anormal de la familia.
La hora del entretenimiento titulado: “Dispara a Estefanía, la insoportable de la casa” acabó. Volví a sentarme frente al monitor intentando despertar mi sentido creativo, me ayudaba con un Brownie, tres chicles, una botella de Nestea y medio queso maduro; pero era casi imposible concentrarme: mis 7 sobrinos estaban en casa y jugaban y gritaban a mi alrededor hasta más no poder y, para rematar, el perro se les había unido a la fiesta. ¡Si! ese perro que me había dejado botada.
Cada uno de mis sobrinos tenía un nombre clave en el juego de “Héroes Actuales”:
- José era Chimichurri, el valiente de capa verde.
- Steven era Chancho frito el temor de los obesos.
- Bryan era Colada morada ese que actúa el día de los inocentes.
- Ashley era Ensalada de brócoli la villana que todos los niños odiarán.
- Mateo era Pie de limón dulce pero ácido.
- Kevin era Queso Parmesano Letal y apestoso.
- Samuel era Pollo frito el súper héroe favorito de todos.
Estaba tan enojada que cuando la batalla entre los Súper Alimentos se desencadenó muy al estilo de los Power Ranger, con todo y efectos de sonido, me levanté del computador y les grité con un tic nervioso en el ojo: —
SI CONTINÚAN HACIENDO BULLA VOY A COGER UN CABO, LOS VOY A AMARRAR DE LOS PIES, UNO POR UNO, Y ¡LOS COLGARÉ DEL ÁRBOL DE MANGO QUE ESTÁ AFUERA!— Frase muy al estilo de las amenazas que mi abuela profería cuando yo era niña. Luego de que se quedaran quietos caí en cuenta de que su juego fuera de lo normal me había hecho sentir hambre.
Quiero comer algo divertido pensé sobándome la barriga, salí de casa rumbo McDonalʼs (lo siento, es que ese lugar “Me Encanta”). Al llegar cogieron mi orden al instante. Pasaron 10 minutos, las personas que habían estado a mí alrededor ya se estaban sentadas con sus órdenes completas, yo era la única de pie.
¿Cuántos empleados se necesitan para servir una orden? Al parecer la respuesta era 7: esa era la cantidad de empleados tras el mostrador, y uno de ellos se dedicaba a sonreír mientras me mirarme fijamente. Moría de hambre, así que, fingiendo amabilidad y paciencia, empecé a hablar sola, en un todo que algunos escucharían, pero con obvias palabras que no eran para mí misma: —¿Alguien sería tan amable de atenderme?, digo, si es que no es mucha molestia, estoy muy flaquita y necesito alimentarme o moriré — El empleado sonriente AL FIN cayó en cuenta de que no había sido atendida y que mi intención al estar parada ahí no era disfrutar de su presencia. Apurado sirvió mi orden que era para llevar y pude huir del tipo y su sonrisa.
Iba camino a la universidad con la esperanza de que una buena idea quisiera suicidarse desde un quinto piso y cayera sobre mí por el camino. Me encontraba tan cerrada a la creatividad que no sería capaz de verla ni aunque esta me atropellase con un jeep amarillo en el altar mayor de la catedral.
Llevaba al fin 7 minutos de un monólogo casi decente, eso me hacía sentir a ocho minutos de un intento de felicidad. Había llegado a la conclusión de que hacer un monólogo era peor que la tortura china.
Entré en la oficina y me senté con los pies levantados frente a la Mac. Estaba “de buen humor” o al menos sentía eso a lo que en mi mundo llamamos “buen humor”: gritaba a cada tercera persona que se me atravesaba de forma imprudente en el camino y no a la primera; insultaba a una gorda que se apareciera frente a mí con intervalos de cuatro gordas y un flaco feo; era sarcástica únicamente con aquellos que me hablaran directamente y dijeran alguna estupidez. Coloque un letrero sobre el escritorio que decía: LO AGRESIVO ES DE FAMILIA, Disculpe las molestias. A lo que el acosador de la oficina respondió con un patético Post It rosa: Contigo me caso con un casco en la cabeza, y rosa en la mano. Y un corazoncito al final.
Ese si era un tipo extraño, dedicaba sus días a regalarme cosas y mirar lo que hacía. Después de su drama romántico-amoroso me pregunté a mi misma: —¿Acaso el tipo no sabe todos los problemas mentales que tengo encima?, ¿O es que no es creativo para buscarse algo mejor?, ¿O quizá no tiene ni una pizca de intento de autoestima?—
Olvidando al acosador y sus cursilerías respectivas del día me divertía momentáneamente con la cancioncilla de los Pitufos. Después de 5 minutos de discusión con mi otro yo, ósea el Yo drogadicto, escuche desde el piso de arriba la voz de Filomena, esa amiga que tiene complejo de placera y voz de tecnocumbiera. Me llamaba a gritos. Me senté en el suelo de la oficina mirando a la ventana que estaba 4 metros y medio arriba de mi cabeza y me dispuse a disfrutar de una hora de chismes a pesar de que todos los presentes: 2 nuevos clientes para gráficas; el señor que limpia, quien en ese instante se encontraba vendiendo una rifa (¿¡!?); la secretaria de rectorado y una catequista evangélica pudieran escuchar la conversación adornada de críticas e insultos.
Llegué a casa, con algunas ideas nuevas. Al entrar me recibió mi hermano mayor con una retahíla de preguntas sobre mi paradero, mis actividades fuera de casa y mis futuras actividades hasta dentro de una hora. Su pasatiempo era vigilar lo que yo hacía o dejaba de hacer y criticar desde cómo me peino hasta con quienes hablo.
—Hermano: ¿Por qué no respondes lo que te pregunto?
—Yo: porque nada de eso es tu asunto.
—Hermano: Nos ahorraríamos problemas si respondieras mis preguntas.
—Yo: ¡NO! Los problemas se solucionarían si te regalara 30 niños de jardín, así tendrías muchas personas a las que controlar, te divertirás y no me fastidiarías.
Las cosas, como diría mi abuela, se habían puesto color de hormiga. Pasaban de ser castaño a oscuro, sea lo que sea lo que esa frase quisiera expresar. Nunca entendí eso de PASAR DE CASTAÑO A OSCURO, después de todo el castaño es un color únicamente utilizado cuando se hace referencia a pelajes y cabellos, y el oscuro no es un color sino un adjetivo, ¿cómo entonces una situación pasa de ser castaña a ser oscura? ¿Pasa de ser pelaje a ser oscuridad?, ¿y qué tipo de castaño era? Nadie, nunca especificó eso. ¿Era castaño claro, castaño medio, o castaño oscuro? En fin, las cosas dejaban de estar un poco mal para ponerse catastróficas: eran las 3 pm y al baño de mi cuarto le había explotado una tubería, no me di cuenta hasta que, 40 minutos después, mi gata saltara sobre mi cansada de bucear. Frustrados todos en casa después de 2 horas de intentar arreglarla la tubería nos resignamos a poner un balde junto a la fuga el cual se lo llevo la corriente a los 2 minutos. Una hora después llamamos al plomero, no podría ir hasta dentro de un semana, tenía su agenda llena de casos similares. —Ustedes están pasando por el virus que anda rondando esta temporada—; fue su diagnóstico final.
Estaba tan deprimida y estresada que ni siquiera leer los post de Asco de Vida me hacía reír. Ya ni las desgracias de otros seres humanos me hacían sentir mejor.
Empecé a recoger mis pasos, recapitular las cosas que debía hacer. Entonces llegó a mí como aparición divina el recuerdo de los deberes aún no terminados: Tenía que presentar en menos de una hora un poema para clase de técnicas de expresión y lo había olvidado. No tenía idea que escribir, y no quería perder el tiempo pensando en algo que consideraba poco importante; tome un papel y empezó a dibujarse la prosa con elegancia y seducción:
Sal de ahí, chiva chivita, sal de ahí, de ese lugar.
Vamos a llamar al perro para que saque a la chiva,
Vamos a llamar al perro para que saque a la chiva.
El perro no quiere sacar a la chiva,
La chiva no quiere salir de ahí.
Sal de ahí, chiva chivita, sal de ahí, de ese lugar.
Y, con tal hermoso y épico poema, llene las dos carillas para el deber.
Pero la lista de desgracias iba en aumento: Necesitaba un computador para terminar mi proyecto final de Photoshop, el mío se había quemado; mi gata había decidido que el CPU era el mejor lugar para dar a luz a sus crías. Hablé con mi papá, le conté mi drama informático, el dijo que buscaría alguna solución. A la semana de estar mendigándole horas de en un computador a todos mis conocidos con los programas que necesitaba mi padre respondió a mi problema: —Ya tengo la solución para tu problema— dijo él lleno de orgullo. —Yo: ¿AH SÍ? ¿Cuál?— Fue mi respuesta sin ningún tipo de emoción en las palabras.
—Papá: Toma, un pendrive de 8 gb para que puedas llevar toda tu información y descargues los programas que necesitas.
—Yo: Ok papá, cuando necesite un auto te pediré un avión a ver si así, me das el auto.
Esas son las cosas que uno debe pasar cuando aun es mantenido.
Comenzaba a llegar a la conclusión de que momentos desesperados requieren medidas desesperadas. Entraba en crisis nerviosa severa, necesitaba relajarme y lo único que me ayudaría seria darme un baño de dos horas en la tina llena de agua tibia acompañada por cangrejos vivos y de fondo todo el disco de Regina Spektor. Eso sería como estar en el cielo.
Mientras mi cerebro intentaba procesar ideas uno de aquellos ilusos que encontramos comúnmente en el mundo 2.0 (seguramente un tipo feo), solicitaba mi amistad. Le pregunté quién era, me respondió que eso no importaba, pero que quería ser mi amigo.
Ya no es sorpresa, existen personas demasiado losers que piensan que esas son las mejores formas de conseguir amigos. El pobre hombre fue víctima de mi sarcasmo y odio hacia el mundo aproximadamente por una hora y media, hasta que cayó en cuenta que nunca conseguiría lo que buscaba. Al menos había que darle algo de crédito, era un poco listo y dejó de responderme.
Después de la distracción con el raro de internet decidí que YA ERA HORA de acabar el monólogo, abrí un nuevo documento en Word titulado IDEAS y empecé a anotar allí cualquier cosa que se me pusiera enfrente: Una mosca aplastada. Anotada. Un caballo borracho. Anotado. Mi hermano pelea con su novia. Anotado. Había decidido que mi monólogo seria una historia de la vida real.
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