Con un brazo rodea mi cintura hasta acercarme a su cuerpo varonil, seguro de sí mismo. Mientras tanto la mano que le queda libre acaricia mi rostro. No puedo evitar esquivar su mirada, la culpabilidad no me permite enfrentarme a sus ojos. Levanta mi rostro con la violencia de quien sabe lo que le pertenece. Sí, hoy le pertenezco y siempre será de esta forma.
Me lee como nadie más puede hacerlo, como jamás nadie lo hará. Eso es lo que me mantiene encadenada a él, eso es lo que me obliga regresar una y otra vez más. Me conoce, comprende mis obsesiones, entiende con gran detalle cómo se desarrolla mi personalidad adictiva.
—Dime la verdad— Dice con esa fiereza que le domina el cuerpo cada vez que sabe que tiene la razón. —Dime ¿a qué eres adicta ahora? — Agacho la cabeza mientras mis mejillas arden de vergüenza, lo sabe y solo le hizo falta mirarme para comprenderlo.