20:21 horas.
Era un cuerpo más en su cama, con las piernas abiertas, el pecho descubierto. Le mostraba al cliente su pequeño, profanado y entristesido ser.
En noches tristes le había dicho su madre que si no mostraba la mercadería no se vendería.
Era nadie, una de esas sombras a las que se les confiesa los peores pecados, a las que se les insinúa rebasar el limite.
Se habia vendido por palabras estupidas y un poco de alcohol.
Después de la sesión de deleite sadomasoquista se encerró en el baño a limpiar las marcas de lápiz labial.
Envuelta en ira tomó las tijeras de su abuela y se corto cada uno de sus cabellos, nuevamente.
Era de esas a las que se llama para la cita pero no se le pregunta como está. Esas tonterías no son necesarias.