El domingo es el día más difícil de la semana, el domingo acaba la esperanza.
No termino de entender cómo logro que todo colisione a mi alrededor, no entiendo como hago para que todo fracase en dimensiones titánicas.
Tengo tanto miedo que me he quedado estática, no puedo avanzar, ni puedo retroceder. Ruedan por mis mejillas las lágrimas de la desesperación. Nada tiene sentido. Ya no tengo fe.
En un instante estoy con él, me acurruco en sus brazos e intento dejar que el sueño se apodere de mi, pero la conciencia me traiciona y el sueño es ligero plagado de pesadillas. Despierto cada cierto tiempo inundada de dudas y temores. El intenta, fallidamente, consolarme con besos y caricias. Pero todo el horror que provocan los errores no se consuela con niñerías.
No se como narrar las próximas sensaciones. No se como definir el curso de los latidos de mi corazón. Estoy sola en una casa llena de terror, doy vueltas sobre mi misma sin saber que hacer.
—También tengo miedo— es capaz de decir con un vago hilo de voz. Y su voz no es consuelo. No encuentro calma en sus palabras, ni encuentro tranquilidad en sus brazos.
No puedo respirar, ni puedo dejar de temblar. He preferido no contar las horas que llevo llorando para imaginar que la tristeza dura poco tiempo. Pero la soledad y el desosiego son infinitos, y me siento presa de mis propios temores.