*Este es un post que escribí en septiembre para el blog español Sex Love Luck.
A los 18 años me creía ganadora de la lotería: salía con el prototipo de rockerillo rebelde con el que casi todas las chicas han soñado estar. Aquella relación duró cerca de 4 años y fue lo más cercano a ser atropellada, cada noche, por un camión.
Muchas veces me encontré cuestionando nuestro noviazgo: «¿es verdad lo que dijo?¿estará con otra? ¿qué debo hacer para que me prefiera? ¿qué tienen ellas que me falte? ¿algún día un hombre “bueno” se fijará en mí? ¿quiero compartir el resto de mi vida con él?» o, más simple: «¿por qué sigo en una relación con él?»
Corrían mis 19 años cuando descubrí a “mi novio” teniendo amoríos con una larga y diversa lista de mujeres, pero a pesar de sentir paranoia y desconfianza continuaba aferrada a él. Había mal aprendido de historias románticas que para amar a alguien se requiere “luchar” y cómo las mujeres perseverantes logran “transformar” al hombre patán e infiel en un príncipe azul.
Hicieron falta 3 años para entender lo insano que es justificar la infidelidad en los “errores” de la pareja. Y necesité muchas malas noches para reunir valor y aceptar la miseria que me producida su compañía.
Los malos momentos eran más comunes que los recuerdos divertidos. Me daba vergüenza hablar de mi relación amorosa con otras personas porque sabía lo tortuosa, dramática y humillante que era. Comprendía que este muchacho impulsivo e impredecible estaba predispuesto a fallar.
Durante las noches “buenas” las bromas sarcásticas se convertían en gritos; ambos intentábamos ganar la batalla a costa del otro. En los días malos él se hartaba de mi incredulidad, sus mentiras de preescolar habían perdido efecto; y lleno de ira daba media vuelta, agarraba un taxi y se marchaba.
A pesar de las situaciones desesperantes tenía miedo a alejarme y perder los beneficios de su compañía, la soledad parecía ser peor consorte. Me había convencido que existían muy pocas posibilidades de encontrar a alguien mejor. Era adicta a librarme de la culpa de nuestros problemas justificando que mis errores eran consecuencia de sus infidelidades y mentiras.
Me faltaba sentido común y madurez para entender que el amor, el respeto y el compromiso deben estar presentes como pilar en la dinámica de pareja, y que sin ellos, la convivencia entre ambos iba apresuradamente hacia un precipicio.
Pasaron muchos años hasta que fui capaz de ver todas las banderas rojas que mi relación lanzaba frente a mi rostro.
Con estas señales, ¿cuánto tiempo te hubiera tomado entender que estabas en una relación tóxica?
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