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Cuarentena – Día #30

¿Qué nos espera en el futuro laboral?

Han pasado 30 días desde que empezó la cuarentena. Ahora sentimos menos miedo y menos inseguridad por nuestra salud. Sabemos que las probabilidades de que enfermemos han disminuido con el aislamiento social. Sin embargo en muchos ecuatorianos afloran otros temores.

Llevamos 30 días viviendo en silencio. Ahora la calle junto a nuestra casa (una arteria principal en este sector) recibe menos de la 4ta parte de automóviles que transitaban en ella antes de que empezara la cuarentena.
Este silencio y esta paz están manchados por el miedo, el desconcierto, la preocupación.

30 días la mayoría de los negocios y empleos detenidos es aterrador. Sabemos que nuestra economía peligra. Y las noticias no son nada favorecedoras. El gobierno crea posibilidades que no podemos evitar sentir como un ataque contra el pueblo. —No les importamos— es lo primero que pienso. Y siento rabia, de esa rabia que se hincha de impotencia.

Veo las noticias y me pregunto si nos pasará a nosotros, si estaremos en ese lugar. —¿Qué nos depara el futuro?— Me cuestiono tratando de no demostrar el terror que siento, reclamando una respuesta. Me tiemblan las manos. Las noticias me enferman.

Miro el titular de la noticia con insistencia, deseo que cambie, que sea mentira, que alguien haga algo y esto no ocurra. Camino en círculos por el comedor. Quiero compartir la noticia con todos mis conocidos pero quizá eso no sirva para nada, quizá solo cree más miedo.

Tomo un vaso de vino esperando tranquilizarme, ya solo quedan dos vasos en la botella y quién sabe cuándo volveremos a comprar vino. Cada días las noticias preocupantes se superan. Es como si tuvieran una competencia para ver qué noticia puede ser peor o más desgarradora. Me palpita la cabeza.


Links de referencia:
• El Gobierno se abre a la posibilidad de suspender a trabajadores, pero sin sueldo > https://bit.ly/3afSLfo

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Cuarentena – Día #29

La cuarentena como medio para la reivindicación de una vida sin recuerdos

Crecí en una casa sin retratos en las paredes, ni fotos, ni álbumes. Las únicas imágenes que adornaban esta morada eran las manualidades que hacía de niña, las pinturas de mi abuelo y las decoraciones para niños del consultorio pediátrico de mi mamá.

Como a las 12 años (quizá antes, posiblemente después) descubrí en el interior del chaise longue médico de mi mamá álbumes fotográficos sepultadas bajo los huesos con los que ella estudiaba en la universidad (es doctora, calma, no asesina), fotos escondidas en fundas, retratos rotos y remendados.

La historia de mi familia primaria (mi historia) había sido enclaustrada, secuestrada como la pequeña Rapunzel en un lugar lejano donde no había ni seña de su existencia. Había sido excluida a lo más profundo de estos compartimientos que albergaban los objetos viejos de la casa, las cosas que ya no servían. En mi hogar se trataba a los recuerdos como un monstruo que debía ser alejado de todos para evitar algún daño.

Años después, muchos, tomé las fotos para un deber sobre mi vida y las guardé en una caja de zapatos que había forrado meticulosamente con papel de regalo color naranja y flores. Guardé las imágenes con cuidado y coloqué la cajita en una repisa alta en mi cuarto, sobre mi cama. Nunca más volverían a estar aisladas entre los objetos rechazados.

De vez en cuando abría la caja y veía a la que había sido mi familia: Mis padres juntos, abrazados, sonriendo; las fotos de su matrimonio. Veía la representación de una vida que ya no existía y de la que yo no tenía memoria, era muy pequeña cuando se separaron.

Después de esas fotos con mi papá no volví a ver a mi mamá tan cerca de otro hombre jamás. Ella se rompió y no supo cómo armarse de nuevo.

No sé cuándo me enteré, pero en algún momento pasó: Mi mamá había guardado todos los recuerdos porque le causaban dolor. Para ella eran los indicios de una familia rota, un matrimonio fracasado, un corazón destrozado. Y las imágenes parecían funcionar como una reprimenda de lo que tuvo y perdió. Las odiaba, lo sé, podía notarlo en su rostro, y en el tono de voz que ponía cuando hablaba de ellas.

En el presente ya no vivo en esa casa donde estaban prohibidas las memorias. En mi nuevo hogar tenemos retratos, fotos de nosotros y de todas las personas que queremos. Aún tengo la caja, se ha transformado en la parte más importante de mi hogar, es mi corazón. La tengo en la entrada, en un lugar donde todo el que llega puede verla y abrirla si así gusta, donde los recuerdos son libres de volver a ser vividos y hablados.

En su interior habitan historias secretas de las personas que no reconozco, pero que sé que son mi familia. Después de que mis padres se separaran no volví a ver a muchas de las caras que salen en las fotos, y nadie me contó sus historias. Sé que pertenecemos al mismo árbol genealógico porque en sus rostros encuentro familiaridad, me veo a mi misma; pero no sé sus nombres, sus dolores, sus vidas. No sé más.

He ido descubriendo la historia de mi familia a empujones, con preguntas cortas a mis padres con la esperanza de entender algo y de entender mis orígenes.

La cuarentena me ha servido como una suerte de re conexión con mis raíces. Gracias al aislamiento mis padres se han puesto más conversadores, me cuentan más cosas sobre la familia, sobre la vida, sobre sus pensamientos que durante mucho tiempo fueran terreno sin explorar. Intuyo que el distanciamiento social ha despertado en nosotros la necesidad de conexión, de contar y de mantener vivos los recuerdos aunque duelan.


Descubrimientos en la cuarentena:
• ¿Por qué es necesaria la memoria histórica? > https://bit.ly/2xltEL3
• La importancia de la Memoria Histórica > https://bit.ly/2Vwb9LB

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Cuarentena – Día #15

Calles vacías y distanciamiento social

Hace 2 días recién caímos en cuenta que las escobas de nuestra casa habían desparecido. —Nos encontramos en cuarentena ¿cómo es posible que las escobas ya no estén?— pienso sin entender los acontecimientos.
Las teorías que hemos urdido sobre esta situación son infinitas, paranoicas, divertidas. Al menos esta ridícula vivencia nos ha distraído un rato de lo conflictiva que es la realidad.

Hoy es la primera vez en 15 días que salgo de casa y me paro junto a la calle para observar la cuadra en la que vivo. Aunque mi travesía ocurrió durante la noche, y no había ni un alma fuera, la sensación de estar ahí, de observar esta calle por la que antes transitaba todos los días, fue una experiencia surrealista.
Doy vueltas sobre mi propio eje, es como un sueño hecho realidad. —ESTOY FUERA DE CASA.— Pienso aferrándome a la idea. —Aunque sea por un par de minutos he salido.— Guardo este recuerdo en un lugar profundo en mi interior para revivirlo en los momentos menos prometedores. La llovizna cae sobre mi cara, escucho a las ranas croar a lo lejos.
—Estoy viva— me consuelo mientras respiro profundamente el aire del exterior. Me revitaliza como imagino que hace el primer respiro de un infante que acaba de nacer.

A veces sentimos que no está pasando nada, nos perdemos en la normalidad de ver una serie o película, de cocinar, dibujar o limpiar la casa. Nos sumergimos en la sensación de una vida tal cual la conocimos semanas atrás, aunque ya no lo es, y la posibilidad de que todo vuelva a ser igual que antes es minúscula.

Luego, cuando conversamos con nuestra familia y amigos, recordamos que estamos encerrados, que no los hemos visto (en el mundo palpable) hace 15 días o más, y que no tenemos la libertad de ir a visitarlos, de reunirnos de nuevo con ellos. —Podría ser peligroso, podríamos enfermar— pienso para que la nostalgia sea opacada por el instinto de supervivencia.

Esta calle está vacía, nuestro garaje no ha recibido a los autos de nuestros seres queridos hace tiempo.

Fran es quien va a comprar cuando hace falta, él ha podido salir de casa al menos una vez cada semana. Yo no salgo nunca.
Mis pulmones no son tan fuertes como los de él (lo hemos corroborado un sin número de veces). Mi herencia asmática y alérgica provoca que una gripe normal me arrebate el aire en las noches y me cueste respirar. No quiero imaginar cómo me sentiría si tuviera el virus; y Fran tampoco quiere imaginarlo. Hemos llegado a un acuerdo tácito: Él sale, yo estoy confinada a la espera de que todo mejore.


Descubrimientos en la cuarentena:
• Receta de Frijoles Refritos > https://bit.ly/2UyRpIg

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Cuarentena – Día #14

Una carta a mis hijos que aún no han venido a este mundo y a los hijos de mis hijos.

Queridos hijos, en estos momentos su existencia es una cosas que nos parece incierta, aún no sabemos si los algún día podremos mostrarles esta tierra, aún no sabemos si tendremos la fortuna de verlos crecer. Pero si llegásemos a hacerlo, sepan ustedes cuánto los amamos.

El año 2020 para su padre y para mi siempre fue un número futurista, distante, irreal. Ambos nacimos en 1989, y en la mayoría de películas con las que crecimos el año 2020 era un número usado en la ficción, un sueño de una vida con autos voladores y tecnología deslumbrante. Pero como sabrán por los registros de la historia, no fue así.

El 2020 ha sido un año difícil, no solo para mamá y papá; sino que para muchas personas en este planeta. Estamos en una crisis sanitaria mundial sin precedentes, y la era digital nos ayuda a saber cómo esto avanza en tiempo real.
Las redes sociales se saturan de personas que cuentan sus pérdidas, denuncias de familiares o conocidos con los síntomas del virus y que nadie les ha tomado la prueba. Sentimos que vivimos en una pesadilla atroz.

Ilustración para el reto Dibujo Diario de Betero.

Esta enfermedad avanza rápidamente entre los seres humanos. Quizá si se moviera de forma más lenta como otras enfermedades igual de letales, los científicos tendrían más tiempo para buscar soluciones y disminuir los daños, o nosotros tendríamos más espacio para disfrutar y despedir a los enfermos. Pero no hay mucho tiempo para algunos, sobre todo para las personas de avanzada edad.

Queridos hijos, el miedo que hemos sentido papá, los abuelos, los tíos y yo es indescriptible. Nunca antes habíamos vivido un miedo parecido a este, miedo a perdernos, miedo a algo invisible que no muestra síntomas hasta 15 días después.

El virus avanza con gran velocidad, y se ha llevado a muchas personas. Aún, al día de hoy, el 14 de la cuarentena en Ecuador, podemos contar con la fortuna de no haber perdido a nadie cercano. Pero no somos inmunes, y no sabemos cuánto tiempo más estaremos así.
Seguramente unas cuadras más allá de nuestra casa hay alguien que no ha sido tan afortunado como nosotros y conoce a alguien que perdió la batalla contra la enfermedad. Quizá hay hijos, como ustedes, que han perdido a alguien que amaban, o padres o abuelos, o amigos.

Hay un dolor indescriptible en estas muertes, un miedo paralizante que nos abraza a todos cuando leemos las noticias.

Confío que ustedes nunca tendrán que sentirse así. Que para ustedes esto será un cuento viejo y cansino, una historia de terror que les han contado pero que no han visto con sus propios ojos. Confío que lograremos que ustedes crezcan entre la naturaleza como hicimos muchos antes de que la pandemia tocara el suelo de nuestros países. Confío que crearemos un mundo donde podrán volver a abrazar a las personas que aman como nosotros disfrutamos antes sin darnos cuenta lo felices que éramos.

Y en este punto queridos hijos, solo puedo prometerles algo, no nos rendiremos.

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Cuarentena – Día #11

Perder la confianza en la información oficial

Uno de los tíos de una amiga falleció por el virus. —Contra esta enfermedad ¿qué podemos hacer? —Evitar enfermarnos parece que es la mejor y única respuesta.

Me quedé dormida en la tarde y desperté 3 horas después. No tengo ganas de nada, no quiero escribir, leer, dibujar o ver algún programa. Ni siquiera deseo hablar con otra persona. Desgano.

Las cifras oficiales a día de hoy:
  1627 casos confirmados
•  41 fallecidos

Todos en el país estamos seguros que esas números no son reales: Las redes sociales estallan en quejas de individuos con síntomas a quienes ni siquiera se les ha hecho la prueba. Muchas otros denuncian que hay personas fallecidas en casas a quienes no han recogido en días, y no se les ha realizado la autopsia para conocer la razón del deceso.

¿Cómo es posible que las cifras no cambien tan drásticamente y tantas personas se quejen en redes sociales? ¿Cómo es posible que lo que ocurre en redes no se ve reflejado en los medios de comunicación, ni en los comunicados del gobierno?

Una amiga que es médico en uno de los hospitales que atienen a los enfermos del virus en nuestra ciudad nos comentó que hace unos días durante su guardia calculó al menos 20 fallecidos. —En algún momento solo dejé de contar— menciona con pena y rabia.

Normalmente no me decanto por las teorías conspira-noicas contra los gobiernos. No me interesa gastar el tiempo en pensar las cosas que nos ocultan, ni las mentiras que nos dicen. Sin embargo este caso es diferente, resulta demasiado obvio. Estamos seguros que las cifras oficiales no dicen la verdad.

Ahora estar al día con las noticias, ver cada nueva cadena nacional ha perdido sentido. Ahí ya no se encuentra la veracidad.

¿Qué haces cuando no puedes confiar en quien se supone debería cuidarte?
Respuesta: te cuidas a ti mismo.

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Cuarentena – Día #9

La terapia de picar vegetales

Noveno día. A pesar de que afuera de mi ventana, en la calle brilla el sol hoy es uno de esos días oscuros.

“Días oscuros” es el nombre que le di hace muchos años atrás a esos momentos en los que todo parece más sombrío de lo que realmente es, aquellos instantes en los que no logro pensar con claridad y me siento derrotada.
Hoy no vislumbraba ni un asomo de esperanza. Colapsé como un montículo de arena bajo una tormenta. No aguanté más mantenerme estoica, positiva; y grité, lloré, discutí con las personas que quiero, me aísle.

En momentos como este duermo un par de horas para calmarme y no hacer ni decir cosas de las que podría arrepentirme después. Al despertar recurro a mis libros, dibujar y, ahora, a preparar recetas. Me distancio de las redes sociales, de la negatividad, paranoia, miedo, y opto por entretenerme con otras cosas.
A veces necesito estar sola, desconectada de todo para respirar un aire diferente y reconectarme con la calma interna.

Mi terapia para hoy fue preparar salsa pomodoro, con la excusa de no dejar más tiempo los tomates en la refrigeradora sin que se echen a perder.

Julia Cameron en el libro El Camino del Artista lo menciona: para crear recurrimos a la información que hay en nuestro interior, y esta información hay que rellenarla cada tanto, como un pozo que necesita agua. Una actividad que nos rellena es cocinar, picar vegetales.

Picar tomates, zanahorias o pepino es mi terapia. Con el patrón repetitivo del cuchillo subiendo y bajando para cortar los vegetales rítmicamente mi cabeza se relaja, me desconecto. Mi respiración se des acelera. Me calmo.


Descubrimientos en la cuarentena:
• Cómo hacer salsa de tomate casera o salsa pomodoro (sin pieles ni pepitas) > https://bit.ly/2Jl09uZ

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Cuarentena – Día #8

Todos estamos jodidamente conectados

Sin tratar de minimizar lo crítico de la situación mundial actual, ni las personas que hemos perdido. Ni lo grave que están las cosas en algunos países.

¿Eres consciente lo revolucionario que es todo lo que esta pasando?
Nunca antes nos había preocupado tanto cómo estuvieran los demás. Y nunca antes habíamos sido tan consciente de cómo la vida de cada uno de los seres humanos sobre este planeta está conectada.
Pero como era de esperarse algunos aún no lo entienden.

A los 15 años (más o menos) escuché por primera vez la teoría de los 6 grados de separación en un capítulo de CSI. Y desde ese día quedé prendada de ella, le dio sentido a muchas cosas a mi alrededor.

Me atrevo a creer que si todos los seres humanos comprendiéramos cómo funciona este precepto seríamos más responsables con el distanciamiento social necesario durante la cuarentena que estamos viviendo.

Este es el ejemplo le ponía a Fran durante el desayuno cuando le contaba hablábamos sobre este tema: imagina que el señor de la tienda se enferma y no toma las medidas de bio-seguridad necesarias, tu te enfermarías, contagiarías a tus padres, ellos a sus amigos.
El señor de la tienda podría contagiar a cualquier vendedor ambulante que trabaje por aquí, y ellos a su vez contagiarían a sus familias al otro lado de ciudad. En un abrir y cerrar de ojos media ciudad estaría contagiada y contagiando, porque una persona no se cuidó, o peor, no dijo que estaba enfermo y no se hizo la prueba para tomar medias.

Este ejemplo sería una linda metáfora sino fuera real. Si no resultara que eso es lo que ocurre en nuestro país, EEUU, España, Italia y quizá otros lugares.

Me estremezco al pensar que hay un sin número de personas que podrían estar enfermas y nadie lo sabe, porque no se les ha realizado las pruebas o porque no lo hablan por el qué-dirán. El conocimiento es poder, dijo alguna vez alguien muy sabio.

Todo lo que estamos viviendo es tan extraño. Un día me preocupa una cosa, y cuando empiezo a asimilarla aparece algo nuevo que me saca de mi sitio, que no entiendo, que me aterra. Son tiempos de cambio bruscos, que vienen como oleadas uno atrás del otro.

A lo largo del día, de los días, tratamos de hacer caso omiso a los rumores desalentadores. Me enfado cuando escucho información aterradora. Pero se que lo que siento no es enojo, es miedo disfrazado. Es mi cerebro reptiliano atacando, tratando de sobrevivir a lo desconocido.

Esto es como una maldita guerra a ciegas, contra algo que es invisible, intangible.


Descubrimientos en la cuarentena:
• La Teoría de los 6 grados de separación. Como 1 persona del planeta está conectada a otra que se encuentra del otro lado del mundo por una cadena de conocidos. > https://bit.ly/2UGM5Bj
• Cerebro reptiliano > https://bit.ly/2UEWLAo

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Cuarentena – Día #6

Cocinar como terapia contra la ansiedad

Desgano, 6 días sin salir de casa. Quiero convencerme que esto va a mejorar. Durante la semana Fran ha salido un par de veces a la tienda a buscar cosas que nos faltaban, yo no. Me da miedo salir, me da miedo enfermar y por lo tanto ser posible foco de contagio.

Cosas que pasan cuando hay una pandemia:
• Una amiga y su familia no tienen víveres en casa y tienen miedo de salir a comprar.
• La abuela de un amigo falleció por una enfermedad y no pueden preparar la ceremonia que quisieran: ni misa, ni reunión, ni velatorio.
• Uno de mis sobrinos cumple 6 años esta semana, se canceló la fiesta, y no podremos verlos más que por video llamada. Ha costado explicarle que no pasará con los tíos, ni los abuelos, ni los amigos. Solo con mamá y papá.

Estamos paralizados, juntos pero separados. Una vida en pausa que trata de avanzar a toda costa.

Hace no mucho me diagnosticaron ansiedad, y mi cuerpo ya está mostrando el rechazo a la situación mundial: he perdido el apetito, cuando como me cae mal, a veces tengo taquicardia, no duermo bien y cuando lo hago tengo pesadillas.

Cocinar es una de nuestras mayores distracciones en este periodo. Cocinar es el teatro que le monto a la ansiedad para que pase ocupada, como se hace con un niño pequeño quien no ha desarrollado la paciencia y aceptación. Cocinar es el escape para la rutina y el medio, para hacer y probar algo diferente todos los días. Es mi artimaña para no sentirme encerrada, aunque lo estoy.
Todos los días busco una receta nueva para preparar en alguna de las comidas, hoy hicimos Trigrillo*.


Cosas que he descubierto durante la cuarentena:
• Receta de Trigrillo ecuatoriano. > https://bit.ly/2wzesJJ
• Receta 2 de Trigrillo ecuatoriano. > https://bit.ly/2QFG8n4

*Añadí leche a la preparación del tigrillo aunque en ninguna de las recetas lo mencionen para que no estuviera tan seco el verde (plátano), y usamos tocino en lugar de chicharrón de chancho porque era lo que teníamos.

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